El hombre, por el hecho de ser el punto culminante de la creación (según se nos ha contado históricamente), ha sido siempre y es un gran fatuo y orgulloso. Creyéndose “la mamá de los pollitos y el papá de Tarzán”. Y eso a pesar de necesitar desde tiempos inmemoriales creer en algo por encima de él y de lo terrenal. Bien sea que crean en el “Dios espíritu” o el “Dios materia”. Los islámicos adoran al Dios invisible y lo adoran en La Kaaba. Los cristianos a imágenes idolatradas. Los materialistas tipo comunistas y derivados, al “dios Lenin” embalsamado en una cripta. Otros simplemente “al dios materia, dinero, poder…”.
Y hay un grupo muy curioso, los que creen o idolatran “al dios ciencia”, a la que rinden pleitesía siendo este comportamiento tan “dogmático e irracional” como la creencia en cualquier “dios” omnipotente que patéticamente necesita que un grupo de “viles gusanos del lodo de la tierra” (como alguien por ahí nos definió a los terrícolas) le rindamos pleitesía y que está pendiente de si vamos a la Meca, iglesia, templo o investigamos en las partículas sub-atómicas…
¿Si “Dios” es tan grande, por qué va a estar pendiente de lo que haga un granito de arena como yo en el inmensidad del espacio incognoscible? Y, si todos somos “hijos de Dios”, ¿por qué hace discriminaciones y...?
Miles y miles de preguntas que nadie jamás ha contestado. Sí, las han contestado otros energúmenos por ahí que dicen que “se lo ha inspirado dios”. Y por causa de ellos se han cometido (y se siguen cometiendo) crímenes execrables.
Vuelta a empezar. Bajo los diversos nombres de tantos dioses, sin embargo, de una forma u otra se ha creído a sí mismo como centro de atracción cósmica. En la antigüedad, el hombre se creía ombligo del Universo, pero las distintas “ciencias” le fueron bajando del pedestal y poco a poco le fueron colocando en “su sitio”. Que tampoco sabe cuál es, ni dónde se haya ese “sitio”. Ante este terrible orgullo, la respuesta de la “ciencia” fue contundente y ensoberbecida en sí misma: el hombre recibió tres grandes “golpes” históricos. El primero de ellos fue cuando, después de siglos de oscuridad, Galileo y Copérnico demostraron que la Tierra no era en centro del Universo, sino un planeta que giraba, y sigue girando alrededor del Sol que, a su vez, es tan sólo una de tantas estrellas del espacio inconmensurable… Así es que la Tierra y con ella sus habitantes dejaron de ocupar el centro cósmico, con la consiguiente frustración del humanoide terrenal.
Pero ahí no queda la cosa, más tarde el hombre recibió un segundo golpe. La teoría de la evolución de las especies de Charles Darwin quiso demostrar que el hombre era el resultado de la evolución de los primates. Y aunque jamás se ha visto ni comprobado que de una especie surja otra diferente, el orgullo del hombre cayó por los suelos. Segunda gran frustración del humanoide. O sea, ni era centro del Universo ni tampoco resultado directo del Soplo Divino. El hombre se ve expulsado del centro del Universo y emparentado más o menos lejanamente con los primates y, sin embargo, aún conservaba el orgullo de poseer una mente avanzada que le permitía controlarse a sí mismo y al medio que le rodea.
Sin embargo, el tercer golpe no tardó en llegarle.
Sigmund Freud le mostró al hombre cuán poco sabía de sí mismo, al descubrir y experimentar, sobre sí mismo y sobre los demás, la existencia de una parte de nuestra mente ajena a la conciencia y, por lo tanto, ajena a la voluntad. La existencia del inconsciente fue el golpe de gracia para el Ego humano.
Y es a partir de este momento que el hombre debe plantearse su existencia como la de un organismo vivo en continuo desarrollo y evolución. Debe dejar de pensar que es un producto divino para concienciarse de que es un ser de origen “animal” que busca a ciegas el encuentro con Dios. Y sea lo que sea y como sea que sea ese “Dios”, todavía hay una chispita de luz en la conciencia humana que nos dice:
“Vocatus Atque Non vocatus, Deus Aderit”.
Todavía tenemos solución….
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