La hipnosis clínica ha tenido muchos detractores ya que dicen que, a través de su práctica, el clínico llega a tener excesivo poder sobre su paciente. Tienen su parte de razón porque el trance hipnótico amplifica y por lo tanto aumenta el factor transferencial típico de la relación terapeuta-cliente. El riesgo de este fenómeno es que se pasa de una influencia benéfica a una de verdadero dominio.
La intención del clínico puede ser buena –lógicamente así debería ser siempre– pero aquí lo que se pone en tela de juicio son los resultados prácticos. Es decir, se teme una "dependencia del profesional" por la que el terapeuta dice al paciente qué debe pensar, cómo sentir y cómo actuar. En estos casos, el paciente llega a una conclusión inducido por el terapeuta, quien le ha dicho que su problema o síntoma se debe, por ejemplo, a un "complejo edípico".
Ese profesional hace esa propuesta de diagnóstico desde el supuesto teórico de la escuela o teoría a la cual pertenece. Y esos supuestos teóricos sobre las causas del problema pueden no corresponder a la realidad.
Puede ocurrir que, ante un problema originado en un hogar disfuncional, las explicaciones y formas teóricas de abordarlo varíen según la escuela a la que pertenezca el clínico de turno. Un psicoanalista freudiano te dará una explicación de la génesis de tal problema, un junguiano te dará otra y un cognitivo otra muy diferente... Y, si lo hace desde una visión de hipnosis clásica, lo intentará solucionar con las sugestiones como base, mientras que, si es desde la "neurobioemoción", te dará peregrinas e indemostrables teorías psicoterapéuticas. A todo esto súmese que, si es la bruja Lola, te pondrá varias velas de diferentes colores, aunque tampoco hay que olvidar a los que buscan en los Archivos Akhásicos, y aquellos otros poniendo otra vela o peregrinando a Lourdes.
Y no lo digo en broma: muchos curanderos, sanadores y terapeutas alternativos utilizan, sin ser conscientes muchas veces de ello, el proceso hipnótico. Estos "terapeutas” o “guías espirituales" sitúan a su clientela en una actitud de falta de responsabilidad ante el manejo de su propia vida. Es el terapeuta el que dice a su paciente qué le pasa, por qué le pasa y para qué le pasa. ¡¡Toma ya!! Y, además, le añade:
–Antes de reencarnar, para aprender, tú lo elegiste todo: familia, pueblo... Y lo que tienes que hacer es perdonar a no sé quién.
Para mí son zarandajas.
Si aceptamos, al menos teóricamente, que el curandero, el astrólogo, el vidente, el hipnotizador, el médico, el psicólogo y su tía Juana, da igual... si aceptamos que todos se hallan en posesión del poder de curar, pero tenemos en cuenta que pueden privar a la persona que acude a consultarles de la posibilidad de cambiar aspectos de su vida que se hallan en el origen de sus trastornos... ¡Algo falla!
El verdadero terapeuta da herramientas, muestra el mapa, pero no recorre el camino “en lugar de su paciente”. El camino lo tiene que transitar uno mismo, con su propio bagaje. Por sí mismo.
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