Mi árbol


Muchas de las personas a las que he tratado en mi gabinete, de las que se han formado en mis cursos o de las que he conocido en mis conferencias me han abierto su yo más íntimo. De forma generosa, me han permitido acceder a los estratos más profundos de su mente donde yo, con todo el talento del que soy capaz, he tratado de realizar la terapia más apropiada para mejorar en lo posible sus vidas. Ahora, en esta entrada del blog, será al revés. Quiero ser yo el que os cuente una experiencia muy íntima, el que os abra su propia emoción. 

Hoy he llegado recorriendo viejos caminos hasta mi árbol. Por la cantidad de cicatrices que tiene y soporta, por su fuerte y poderoso tronco, yo creo que es varias veces centenario. Cientos de fríos otoños, inviernos helados y refrescantes primaveras, cálidos veranos han dejado su huella inabarcable en la majestuosa presencia corporal de la corteza. Una corteza que, si sabemos leerla, transmite algunos hechos de su historia. Y también de quienes antes que yo pasaron junto a él. De quienes, como yo, soñaron comunicarse con el alma o elemental del árbol, estableciendo quizá un silencioso diálogo… Dos cuerpos y dos dimensiones de existencia, frente a frente:
—¿Qué me tienes que decir árbol? —le pregunté—. ¿Y en qué puedo ayudarte, viejo amigo, qué necesitas que yo haga ahora por ti?
Guardé silencio un rato, me sentí transportado a fundirme en un abrazo fraternal con él. Sentía que me convertía en el árbol mismo… para todo fin y propósito me sentía árbol… mi cuerpo era el tronco fuerte y poderoso del árbol… las raíces se extendían hacia abajo y a través del útero de la madre tierra, abriéndose paso para llenarse con los nutrientes en la oscuridad, al igual que en la metáfora del inconsciente, porque dentro, en la oscuridad, está el poder y la luz que ilumina el exterior… Entonces supe dónde queda abajo y hacia dónde tienen que ir las raíces… Respiré profundamente concentrado y fijando mi mente me dejé llevar en la corriente de la savia, hasta las profundidades mismas de cada átomo del árbol. Me sentía diluir en esas corrientes, que son como las venas por donde circula la sangre misma del árbol… Mis extremidades superiores se fundieron en cada rama y cada hoja… flexibles se adaptaban a la brisa, al viento que de vez en cuando se hacía un poco más intenso. Durante unos momentos intenté silenciar el pensamiento… logré experimentar por momentos la íntima recordación del presente… esa íntima recordación de uno mismo se me hizo más intensa… sentía después que era árbol, rama, tronco y raíces a la vez. De repente me sentía arriba, era las ramas y sus hojas mismas que parecían elevarse sedientas hacia el sol, arriba… Entonces supe también hacia dónde crecer y dónde queda arriba… Comprendí fugazmente que vivimos en dos mundos a la vez… abajo lo material, la tierra la oscuridad y la vida regenerándose a sí misma… arriba la luz, el espíritu universal de vida que alimenta a lo de abajo para que lo de abajo siga tendiendo hacia lo de arriba… materia y espíritu… Fuerte, inamovible en mis principios, en mis valores de vida… como el tronco fuerte y poderoso… aunque esté cruzado por miles de cicatrices, miles de experiencias que han dejado su huella en el alma que experimenta… nada ni nadie puede moverle… las ramas se comban, agitan o mecen al aire y al viento… son flexibles y por eso hay que saber cómo adaptarse y cómo ser flexible, siempre dispuesto al cambio o a las circunstancias de la vida. Vientos y tempestades… fríos y escarchas, tremendas heladas… tal vez largas sequías… aguaceros que parecen anegarlo y arrasarlo todo. Pero ahí se mantiene firme ante el desaliento. Las hojas que han servido de transmisión, con su clorofila de oxígeno y amor a la vida, en su intercambio con la luz solar, al terminar el frío otoño, poco a poco mustias y amarillentas, tal vez marrones y envejecidas por su larga labor de prever de oxigeno, sustento esencial de la vida, al final cansadas y agotado su ciclo y próximo su fin, se van desprendiendo de las ramas con las que han compartido el ciclo vital de la existencia… Así es como me transmiten un ejemplo facilitador del proceso existencial: cuando algo ya no sirve y por mucho que se haya mantenido contigo, o por mucho tiempo que te haya acompañado, déjalo marchar, despréndete de tus pensamientos caducos y también marchitos, deja que caigan tus emociones y creencias perturbadoras como esas hojas de otoño… Todo tiene un principio, una función y un proceso… todo lo que nace, muere; lo que sube, baja; lo que inspira, expira… todo tiene su tiempo… arar y sembrar la tierra… desherbar, arrancando las malas hierbas… esfuerzo que dará sus frutos aunque al principio nos duela el cuerpo y las manos se agrieten y salgan callosidades en ellas… después, en su tiempo y a su hora, saldrán espléndidos frutos que saciaran nuestra boca sus ricos y dulces sabores. Y yo oraba y pedía y hasta tal vez soñaba, que el elemental del árbol me escuchaba… Entonces quise recordar cuánta ave del cielo, buscando un momento de sombra para guarecerse del tórrido calor y refrescar sus alas y seguir explorando el azul del cielo, se había posado en sus ramas… Incluso vi un nido abandonado y casi desbrozado… había servido de refugio y de protección a algunos pajarillos, no sé qué tipo o especie… tampoco sabía hacia dónde habían emigrado, ni de dónde volverían en su ciclos migratorios anuales, ni tan siquiera supe si volverían…
Yo pasaré muchas veces junto a mi árbol… mucha gente ha pasado antes, aunque creo que nadie tan loco como yo para abrazarlo y querer comunicarme con el aliento universal de vida que palpita en cada fibra de su corporeidad… otros nidos, otras aves anidaran y traerán otras vidas y otros alientos, que quizá con su trinar transmitan ese canto de eternidad de las criaturas del cielo… Libres y gozosas volarán y remontarán los cielos. Y el alma humana imitando en su intento de despertar, ese impulso hacia arriba, hacia el espíritu, anhelo eterno de toda la humanidad… Seguramente que en mi imaginación o fantasía llegué por momentos a confundir mis deseos o anhelos con la realidad… poco a poco me fui desprendiendo del árbol, salí de él… lentamente, como con cierta tristeza… fui recuperando mi sensibilidad, mis propias e individuales sensaciones… regresé finalmente a mi corporeidad… me despedí de él. No era un adiós, sino un hasta mañana: “aquí te espero”, imaginé que me susurraba… Os aseguró que sus ramas parecían reír y se agitaron, se levantó una fuerte brisa que me trajo el aroma de unos almendros en flor cercanos… me embriagué por unos momentos.
—Gracias, amigo, por tu fragancia, ahora sé que me has oído y me regalas tus aromas y siento tu energía; soy como tu tronco firme en mis valores y principios, valores eternos del alma humana, amor y solidaridad con mis semejantes, amor inabarcable hacia mis seres queridos, hacia el universo entero que me permite la mágica experiencia de respirar y ser consciente, aunque sea por momentos, del aquí y ahora. Gracias por esa íntima resolución inquebrantable como tus raíces, de por darle un significado y un propósito a mi vida, porque siempre sirve lo oscuro para poder ver más claro. Gracias por ese magnífico ejemplo de las flexibles ramas que se adaptan y mecen sin oposiciones que dañan y embrutecen la mente y el discernimiento… Gracias por la magnífica experiencia, amigo, de sentir los dos mundos a la vez, espíritu, sol, luz y vida, materia tierra y oscuridad, ejemplo viviente que se perpetúa a sí misma, renaciendo desde el útero de la madre tierra…
Y fui dejando atrás, a mis espaldas, a mi árbol, mi amigo. Sus ramas y sus verdes hojas se movían, balanceándose como niños alegres que te dicen adiós. Desde la lejanía aun tuve tiempo para volver la mirada: me giré y vi su magnífica presencia. Allí, plantado, inmóvil y flexible a la vez, sé que cumplirá su compromiso. Mañana, cuando yo vuelva, él estará y sus ramas se alegrarán de verme y yo… bueno, sé que si alguno de los dos no cumple y no acude, ése seré yo… Las causas o razones todavía no las sé… pero mi árbol será fiel a la cita…

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