A veces uno puede llegar a pensar que las cosas suceden porque sí o que determinadas inclinaciones de la personalidad obedecen al azar.
Desde mi propia experiencia estoy cada vez más convencido de que eso no es así.
A lo largo de mi vida, que ya puede calificarse de extensa porque sumo unos cuantos años, he ido comprobando que por debajo de lo que los sentidos perciben conscientemente hay multitud de relaciones invisibles.
Como decía la famosa frase de 'El Principito' sobre que lo esencial es invisible a los ojos.
La última comprobación de este planteamiento la he sentido al reflexionar sobre mi afición hortelana.
Comencé a cultivar el huerto porque me parece un milagro ver crecer vida de la tierra y que una semilla acabe convirtiéndose en una planta capaz de alimentarnos.
Ya lo decían los clásicos... un conocido me recordó hace poco esa estrofa de Fray Luis de León que dice:
Del monte en la ladera
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera
de bella flor cubierto,
ya muestra en esperanza el fruto cierto.
Pues bien, que yo me dedique en mis pocos ratos de ocio a mimar mi huerta no es casualidad. Porque, pensando en el asunto, me he dado cuenta de que el principio de esa actividad en el campo es muy parecido al de la terapia.
La tierra podría ser esa mente inconsciente, fuente de recursos que no precisa más que de sí misma para alimentar la semilla.
Semilla que vendría a ser el impulso inicial, el anhelo de la persona que acude a mi gabinete. La fuerza que pone en marcha todo el proceso.
Y con un poco de agua y la luz del sol, algo así como mi labor, la semilla aprovecha el nutriente de la tierra y logra aflorar a la superficie.
Quizá la comparación esté un poco forzada, pero creo que se entiende...
Al final, curioso, acabo repitiendo en el huerto las motivaciones que me impulsan a hacer terapia en el gabinete.
Y hablando de mente inconsciente, aquí os dejo una grabación muy relacionada con la misma: 'El guía interno'.
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