Michael Jordan contra la enuresis

Steve Lipofsky Basketballphoto.com

Quiero contar hoy en este blog, paciente lector, uno de los casos que con más cariño recuerdo de todos cuantos han pasado por mi consulta. El protagonista fue un niño de 9 años.
Era un chaval alto y vigoroso, algo inquieto y muy rebelde. Vino a la consulta acompañado por su madre, casi forzado. 
Al principio me miraba con una mirada aviesa y esquiva. Creo que si le hubiese dejado me hubiera saltado con rabia a la yugular. Bueno… tal vez exagero un poco pero por un momento pensé que sería mejor que no se acordara de su paso por mi gabinete cuando cumpliera veinte años.
Por cierto, que hace muchos años que no sé de aquel jovenzuelo, que ahora será todo un hombre. ¿Qué habrá sido de él? Ojala y de todo corazón deseo que sea una persona feliz.
En fin, que cuando tenía nueve años llegó a mi consulta con su madre por un asunto que le tenía tremendamente avergonzado. En sus esquemas mentales, esa visita a la consulta era una humillación pública a la que le sometía su madre gratuitamente.
El caso es que este chaval se hacía pis en la cama. Lo que técnicamente se conoce como enuresis. Yo entonces no lo sabía, pero la figura del mejor jugador de la historia del baloncesto me iba a ayudar a acabar con este problema. 
Este niño no podía ir a dormir a casa de sus amigos porque alguna vez que lo había hecho ya había pasado el mal rato de levantarse con la cama totalmente mojada. Y, para mayor vergüenza, la historia de su incontinencia la conocía todo el colegio.
No hace falta que incida en el trauma y los complejos que aquel chaval sobrellevaba a cuestas.
Con ese historial llegaba a la consulta forzado por su madre, a que también conociera su vergonzoso problema un psicólogo extraño, porque así me consideraba él.
- ¡Para que también se ría de mí!
Decía  protestando, evidentemente furioso y con ganas de sacudirme o salir corriendo.
- ¿Por qué no lo has llevado donde un verdadero psicólogo especialista en este problema? –le pregunté a la madre–.
Le indiqué a la madre que era preferible que le tratara un clínico especialista en problemas infantiles y, sobre todo, como es obvio, en enuresis. Le aclaré que yo no era ni psicólogo, ni especialista en este problema cuya base podría ser algún problema o trauma de tipo emocional, o cualquier otro trastorno… quizá una especie de regresión a la etapa infantil, ya que había otro retoño en la familia casi recién nacido y eran evidentes los típicos celos ante la llegada al hogar de un nuevo hermanito.
- Si lo he llevado –me dijo la madre,  pero no ha dado resultado, era demasiado conductista y…prefiero que seas tú con la hipnosis.
También le advertí de que era muy joven para hacerle una inducción hipnótica, a lo que se sumaba que él no quería ser hipnotizado, puesto que ni siquiera quería que le ayudara “como psicólogo”.
- Siente vergüenza de hacerse pis en la cama y sobre todo de que tú lo hayas traído aquí para que un extraño adulto lo sepa, igual que los demás chicos en el colegio –añadí–.
- No sé qué hacer, –me contestó ella–, está muy rebelde, no quiere ir al colegio y nos lleva la contraria en todo.
Llegados a este punto decidí probar con una posible solución. Pedí a la madre que saliera de la consulta y me dejara a solas con su hijo.
Cuando nos quedamos a solas le hable con toda franqueza:
- Mira, no tengo ningún interés en hacer que tú hagas nada que no quieras hacer. Por mí puedes seguir rebelándote contra todos y contra todo porque, al fin y al cabo, es tu problema. Es a ti a quien le amargan la vida y, mientras sigas siendo un niño, estás bajo la autoridad de tus mayores. Pero vamos, que debes tener muy claro que lo tienes difícil y que tu rebeldía es inútil porque tienes todas las de perder.
- Ya no soy un niño, ¡soy mayor... ! –replico con rabia– y no me pueden tratar como si tuviera 5 años.
- Bueno, no creo que seas tan mayor porque me han dicho que no te haces la cama todavía, ni te preparas el desayuno, ni te preparas tú sólo la comida, ni ganas dinero, ni sacas adelante tus tareas escolares…
A medida que le enumeraba lo que supuestamente debería hacer el adulto que él pretendía ser, su rostro se fue transformando, poniéndose triste, enojado. Mirando a ratos hacia la pared y a ratos desafiándome con la mirada.
Antes de que pudiera reaccionar le confesé algo, bajando la voz con un tono de cierta complicidad:
- Yo entiendo lo que te pasa mejor que nadie, mejor de lo que tú te imaginas. Sí, de verdad. A mí, de jovencito como tú, me pasaba lo mismo.
Cuando le dije esto, se quedó sorprendido. Me miró fijamente y agachó la cabeza.
- Mírame fijamente –le dije–.¿Me prometes no contar a nadie lo que te voy a confesar, ni tan siquiera a tu madre, me lo prometes?
- Sí, se lo prometo –contestó con cierto tono de complicidad–.
- Sé que lo pasas muy mal y que da mucha rabia –le empecé a explicar, cambiando intencionadamente la palabra vergüenza por la de rabia–. A mí me pasaba igual. Además me pasaba algo que me da dolor y rabia recordar. Lo pasaba fatal…
El chaval me miraba expectante mientras yo guardaba unos segundos de silencio.
- Cuando yo tenía más o menos tu edad vivía con mis abuelos. Mi abuela, que era muy dura, a la antigua usanza, cuando yo me hacia pis en la cama me cogía por el pescuezo y me restregaba la cara sobe las sabanas mojadas por el pis, diciéndome que era un niño guarro y no sé cuántas cosas más. Me quedaba aterrorizado, asustado y con una rabia tremenda, pero todo el día escondido para no encontrarme con mi abuela.
Me escuchaba con los ojos abiertos de par en par y sin decir ni palabra. Quizá pensó que “el psicólogo” estaba realmente peor que él. Continué:
- Sí, te comprendo totalmente. Por eso sé que lo estas pasando mal. Por cierto ¿qué deporte te gusta?
Algo sorprendido por la pregunta, tardó en contestar. Pero logré cambiarle el foco de su atención y avancé en la terapia.
- ¿Fútbol? le pregunté.
- No, me gusta el baloncesto.
- ¿Algún jugador en especial?
Me contó que tenía varios poster en su habitación y que lo que más le gustaría en la vida es llegar algún día a jugar como él. Le animé a que me contara más cosas, para que olvidara durante ese tiempo su enuresis. La verdad es que me dio una lección magistral de este norteamericano, leyenda vida del baloncesto.
- Trata de evocar algún partido que hayas visto de Michael Jordan –le pedí–. Hazlo como si lo estuvieras viendo ahora mismo. Entra en esas imágenes, en esas sensaciones, los sonidos. Siente ahora que estás dentro de la cancha. Ahora tú eres igual que él, te mueves igual que él, saltas, corres por la cancha y encestas igual que él.
A medida que yo le invitaba a que se metiera en el papel del gran jugador de baloncesto, se fue transformado: su cara, gestos, movimientos, incluso cuando le sugería que encestara hacia un gesto con todo el cuerpo como si estuviera compitiendo en esos momentos.
Había resultado. Le había convertido en un adulto y, además, campeón de un deporte que le apasionaba. Ya era Michael Jordan, ni más ni menos.
Lo demás fue fácil. Si era un gran campeón, ¿qué campeón se hace pis en la cama como un niño?
Le realicé una sugestión hipnótica para que durante la noche, cuando estuviera dormido y tuviera ganas de hacer pis, su inconsciente, en forma de Michael Jordan, se le apareciera y le despertara. Para que este jugador le acompañara por el pasillo hasta el cuarto de baño, donde estaría con él mientras hacía pis, conversando tranquilamente. Después, le llevaría de vuelta a la cama, tapándole y dandole una palmada de felicitación porque ya era un adulto. Jordan le felicitaría por sus progresos como adulto y como jugador de baloncesto en el equipo al que pertenecía.
Y así acabó este jugador de baloncesto con la enuresis de un muchachillo de nueve años.
Meses después vi a la madre, que estaba muy contenta. Me trajo al gabinete una caja de Rioja y un queso de la Mancha.
Por cierto, pensé en llamar a Michael Jordan para compartirlo pero deseché la idea. Los deportistas de élite deben cuidarse mucho y no hubiera podido apreciar en lo que vale un vasito de buen vino y un trozo de buen queso.

8 comentarios:

  1. Preciosa y curiosa historia, gracias por compartirla.

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  2. hermosa historia Dr. Horacio. Gracias por compartirla. La terapia de hipnosis tiene todos los recursos que pueden ayudar en éstos casos, pero sin duda la gran sensibilidad de ud. para empatizar con el chico, es lo más valiosos de ésta historia.
    reciba un beso y un abrazo. Coral.

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  3. Muy buena aportación Horacio. Y que verdad la que cuentas, cuantas personas recurren a la hipnosis cansados de la psicología. Sin quitarle mérito a la psicología.

    Un saludo, Paco vara.

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  4. Hola Paco:
    En efecto, la Psicología oficial está limitada, sobre todo por mantenerse en el orgullo y soberbia de no reconocerlo.
    Sería mucho más creativo y eficaz para ellos y sus pacientes que exploraran en estos aspectos de la terapia, como lo hacemos los profesionales "legos" de la hipnosis.
    Tendrían doble ventaja:
    1. sus propios métodos.
    2. nuestros sistemas de abordaje.
    ¿Qué les pasa? La mitomania y engreimiento de creerse que saben más por tener un papel colgado en la pared que pone "psicólogo"
    La mayoría no lo son... lástima.

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  5. Hola Coral:
    Sí, ésa fue la clave, empatizar... hacernos un poquito cómplices pero contándole cosas que fueran ciertas, de lo contrario podría descubrirme alguna mentira. Estos chavales son muy sensibles y captan cuando uno no es sincero.
    Un beso y abrazo tambien para ti.
    Que tengas un bonito fin de semana junto a tus seres queridos.

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  6. Hola Teresa:
    Ahí estuvo la clave, en empatizar, ponerse en el lugar del otro.... simplemente apelé a experiencias reales... y luego pense: ¿Qué me gustaría que me hicieran o aconsejaran a mí si estuviera en el lugar de este muchacho?
    Lo demás viene por añadidura.
    Un saludo.

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  7. Cuando se empatiza desde el corazón, la terapia propicia llega sola.
    Gracias maestro por tus enseñanzas
    Lna

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  8. Lna:
    Entre todos compartimos y nos enriquecemos. Gracias por tu comentario.

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