Es evidente que somos algo más que un simple cuerpo material y un cerebro pensante.
Para conocer el mundo exterior tenemos los sentidos de percepción sensorial tales como la vista, el gusto, el tacto, el oído y el olfato. Tenemos estos sentidos, además de numerosos instrumentos que la ciencia utiliza para conocer desde lo infinitamente pequeño, como el átomo, mediante un microscopio, por ejemplo. O lo infinitamente grande, el cosmos, los planetas y las galaxias, mediante un telescopio o sondas que envían al espacio.
Pero para conocer el mundo espiritual o energético, los sentidos de percepción externos no bastan. Necesitamos activar una facultad inherente a la conciencia humana, lo que en la tradición yóguica se denomina la ‘conciencia testigo’, es decir; la capacidad de autoobservación.
El método de conocimiento de la ciencia es lo observable. El método del conocimiento interior es la autoobservación.
Paul Chauchard, biólogo de la Universidad de la Sorbona en Paris dice: "Todo el mundo mira al exterior, yo quiero mirar a mi interior".
Los maestros budistas Zen nos dicen que la verdadera sabiduría y la intuición residen en nuestra mente inconsciente. Lo dicen las viejas tradiciones y filosofías; el inconsciente es fuente de creatividad y recursos.
El doctor Milton Erickson dice que "realmente, el inconsciente de toda persona tiene todos los recursos que necesitamos para cambiar nuestra experiencia y resolver nuestros problemas".
Somos algo más que un cuerpo y un cerebro. El inconsciente es algo más que un simple depósito de instintos y deseos reprimidos.
Yo os invito a que lo descubráis, a través de un viaje interior. Un viaje mediante la mirada interior..
Es cierto y de toda verdad, comprobado mediante la experiencia, que vivimos en un mundo de locos, engreídos, vanidosos, corruptos y gente criminal…
Y entre esa manada de depravados, psicológicamente hablando, también hay gente buena, personas que nacen, crecen, viven, se casan y reproducen. Y son personas que cuando, te encuentras a alguno, entonces recuperas un poco la confianza en el prójimo, en el ser humano.
La vida nos tiene que enseñar, mejor dicho, el paso inexorable de los años nos enseña que vivimos en una tremenda ignorancia acerca de lo verdaderamente importante y trascendental en la vida.
Son las eternas preguntas: por qué y para qué vivimos, cuál es la razón o significado de la existencia…
¿Hay algo, vida o alguna forma de existencia antes de encarnar en un cuerpo de carne y hueso? Al morir, ¿Queda algo en otro plano o dimensión de existencia? ¿Realmente seguimos ‘existiendo’ como ‘arquetipo’ tal y como decía Jung? ¿El alma, o Psike, sigue existiendo en alguna forma energética o similar?
¿Es apropiado hacerse estas preguntas tan trascendentales? ¿O es simplemente una forma gratuita de complicarse la vida?
Bueno… mi tío Conrado, que era un presocrático, solía decir que éstas eran las preguntas, casi las únicas que realmente merecían la pena plantearse a lo largo de la vida…
Pero añadía también, como buen presocrático, que, aparte de estas preguntas, lo más importante no es solo preguntarse y filosofar al respecto, sino sobre todo aprender a vivir el presente, el día a día, que es lo único que tenemos. Y, sobre todo, mi tío decía que no había que olvidarse de respirar lo suficiente y con la frecuencia adecuada. Añadía que, después de respirar, lo más importante, la base o fundamento de la existencia es apañarse uno para hacerle la vida más feliz al prójimo, bueno, más concretamente a los seres queridos… Si cada prójimo hace eso para con los suyos… ¡oye, que tal vez ahí está la solución de los problemas a la crisis, porque si confiamos en lo políticos ¡apañados estamos!
En fin, lamento deciros que la vida no tiene solución en cuanto a cómo vivirla. Así que respira, sé feliz y no te olvides de hacer feliz a los tuyos. Y que los otros se encarguen de tal menester y hagan también felices a los suyos.
Respira, sí, simplemente respira… porque donde está tu respiración, está tu vida y en ningún otro lugar.
Eso es, respira…
Que seáis tan felices como os merezcáis.
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