Vuelvo a escribir en esta nueva entrada del blog sobre el estado alterado de la conciencia que yo defiendo. Me refiero a ese estado que facilita soluciones, amplía habilidades y ofrece recursos psicológicos. Un estado alterado de la conciencia que también han defendido, entre otros muchos, Spiegel y Spiegel, Erickson, Chertok o Rossi.
Una de los caminos que nos llevan a dicho estado es el de la inducción hipnótica. Dicho de otro modo, partiendo de un estado de vigilia, de conciencia exterior, del mundo de los sentidos cuando se está despierto y atento a lo externo, a lo sensorial… partiendo de ahí, poco a poco y con la metodología del hipnotismo, se acompaña a la persona hasta un trance profundo. Las herramientas para esta tarea son variadas, ya que puede ser el ritual clásico de las inducciones directas y sugestivas (estilo ‘padre’ de hipnosis, impone) o también la inducción indirecta, naturalista o ericksoniana (tipo conversación, con metáforas, estilo ‘madre’, sugiere).
Quiero advertir, a modo de pequeña interrupción en estas reflexiones sobre el estado alterado de conciencia, que no siempre se llega a un trance profundo ni éste es imprescindible para la terapia. Pero, bueno, eso es otro asunto que ya trataré en otra ocasión.
Por tanto, vuelvo con el trance y el estado alterado de conciencia. Durante el trance se pueden dar varios fenómenos: regresiones (a la niñez, al útero materno, a supuestas vidas pasadas), amnesia, cambios ideo-motores o ideo-sensoriales y el no menos interesante fenómeno de las alucinaciones (visuales, auditivas, táctiles, gustativas y olfativas.
Las alucinaciones siempre son sorprendentes, como cuando se sugestiona al hipnotizado y acaba confundiendo una cebolla que muerde con una jugosa y dulce fruta. En estos casos, el cerebro responde fisiológicamente (jugos salivares, gástricos, sabor, etcétera) como si la cebolla fuera realmente una manzana, gracias a las señales que emergen de su memoria.
Este aspecto es tan importante, tan extraordinario en su complejidad neurológica, que ha dado pie a la investigación de la moderna psiconeuroinmunologia. Así, estos procesos sugestivos-fisiológicos se utilizan en el tratamiento de enfermedades graves, cáncer, cirugía, etcétera (Bernie Siegel, Carl Simonton y otros).
Ya en 1951 un neurocirujano de la Universidad de Mc Gill de Montreal, el doctor Wilder Penfield, hizo notables descubrimientos relativos a los fenómenos perceptivos. Mediante una serie de experimentos, en los cuales estimulaba la corteza temporal del cerebro con una sonda galvánica, logró demostrar que en el cerebro se graban y evocan juntos acontecimientos más sentimientos.
Es decir, cualquier hecho observable es registrado junto a un sentimiento y al evocarse siempre aparecen juntos. Ejemplo: el Hipocampo. Un niño en la escuela aprende que dos más dos son cuatro, pero acompañado de un golpe de regla que el profesor le da por torpe. Y a eso se suman los olores, los gestos, las imágenes, las sensaciones, el dolor, etcétera.
Todo pasa al Hipocampo, que lo almacena para utilizarlo a corto plazo… Un día, meses, años después, el adulto recuerda –por asociación- cómo aprendió que dos más dos son cuatro y evoca y siente todas las demás sensaciones, miedo, dolor, vergüenza, rabia…
Así es como funciona nuestra memoria celular. Las células aprenden de todo eso, actuando en consecuencia, ya que el Sistema Nervioso Autónomo no distingue la realidad de algo imaginado en sus más mínimos detalles, como ya se ha mencionando (cebolla tomada por manzana)
Por lo tanto, buscando un sistema más rápido de análisis, el doctor Erick Berne se planteó que la conducta de una persona está notablemente influida por las experiencias grabadas junto a sentimientos de la infancia. Concluyó que la relación entre dos personas adultas depende de los hechos pasados por cada una y de la manera de exteriorizarlos.
Por lo tanto, se dan transacciones entre ellas que dependen de la personalidad de cada uno y éstas se han formado esencialmente en los primeros siete años de la vida en el hogar paterno, por ejemplo.
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